Por Francisco Ramírez R.
Hace treinta años atrás afirmaba un notable reportero que la mayoría de los jefes de prensa –hoy llamados Directores de Comunicación Social-, tenían el dudoso honor de jamás haber pisado una redacción en su vida. Pero si eso era cierto antes, hoy lo es con mayor razón, cuando una cauda de improvisados azules ha llegado a esas áreas sin conocer nada, literalmente, salvo contadas y honrosas excepciones.
Nadie en su sano juicio podrá desmentir tal afirmación, cuando Vicente Fox le dejó no sólo el manejo de su –desastrosa- relación con la prensa a su amante -que luego se convirtió en esposa-, sino el manejo de los asuntos del país a Martha Sahagún Jiménez.
Felipe Calderón, nombró como su director de Comunicación Social a otro de sus amigos, Máx Cortázar, cuya vocación artística lo llevó a ser el baterista del notable grupo “Timbiriche”, y uno de los persecutores más conspicuos de los medios impresos en México, manejando el enorme presupuesto de comunicación social “facciosa e inconvenientemente”, como lo señaló la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), al pronunciarse sobre el particular.
Los medios de comunicación y los periodistas han sobrevivido en este país y en el mundo a sistemas fascistas, comunistas, maoístas y ultras de toda clase, haciendo prevalecer el derecho a la información y la libertad incluso a costa de la vida.
Los políticos y los periodistas profesionales no pueden ser amigos, porque se usan mutuamente y se aprovechan unos de otros, en un sistema de conveniencias.
Los políticos profesionales contratan jefes de prensa profesionales y consultores en imagen y relaciones públicas, porque el entramado que alimenta a unos con otros es complejo y difícil, sobre todo ahora que los sistemas de comunicación han cambiado al mundo, así como la píldora anticonceptiva lo hizo en su momento. De ese tamaño.
Un hecho inédito se ha dado en la vida del periodismo en México, con la publicación que ha hecho el Julio Scherer García –quien fue echado vilmente por el decrépito presidente Luis Echeverría, de la dirección de Excélsior-, de su encuentro con el Mayo Zambada, uno de los narcotraficantes más peligrosos - ¿y buscados?- de México.
Scherer ha hecho lo que tenía qué hacer como periodista.
Es una labor que no deja satisfechos a otros periodistas, y mucho menos a los apóstoles y custodios del poder político actual –y sus jilgueros, claro, que son muy bien alimentados con billetes de las arcas-, porque no les ha gustado lo que publicó en PROCESO; porque exhibió, como ningún otro una “guerra” perdida cuyos objetivos han sido sólo mediáticos y políticos; porque como el Obispo de Durango, que sabía dónde vivía el Chapo Guzmán, Scherer mostró que un periodista puede llegar al personaje que “no encuentra” el gobierno; y les demostró a otros periodistas juzgadores de periodistas, que fue más capaz que ellos de “llevarse” la nota, y ser merecedor de comentarios, acres o elogiosos de la prensa internacional.
La narración del encuentro enmarca la visión -“del otro lado”- del enemigo que dice perseguir Felipe Calderón, porque anticipa una derrota del gobierno actual en la “guerra” –mediática y política, pero no efectivista-. Ya lo dijo el fachoso de cantautor Joaquín Sabina.
Es un combate que está sólo en la imaginación de su creador, porque las gavillas ahora asolan al país entero, y el narcotraficante dice que se multiplican como la hiedra.
Julio Scherer ha dado una lección de lo que es periodismo: contar a las personas, lo que hacen otras personas.
Eso es todo.