miércoles, 25 de agosto de 2010

La mala obra

Por Rafael Cardona/


El discurso oficial es de un incontenible optimismo. Quienes se oponen a la felicidad por decreto no sólo son mezquinos, como ya les ha dicho admonitoriamente Alonso Lujambio, sino mexicanos escasos de patriotismo. Por eso en la desierta soledad de la incomprensión, llega salvadora la belleza femenina (esa sí indiscutible, fresca e inusitada) a un concurso organizado por una cadena de televisión en el cual casi un ciento de muchachas aspirantes a la fama y los reflectores del “show bussines” pueden encarnar –sobre todo la ganadora– hasta los sueños redentores de una nación deprimida.

“Muchas felicidades a Jimena Navarrete por su merecido triunfo”, escribió el presidente Felipe Calderón en su cuenta de Twitter, lo cual aleja ese mensaje de la formalidad institucional de la Comunicación Social. Para eso no hace falta Alejandra Sota.

Es la comunicación personal, la de los pensamientos profundos, si no fuera por la promiscuidad de los mensajes “twitteros”, cuya divulgación instantánea a través de miles de seguidores, los convierte en cháchara. 

“Servirá (ese triunfo) a México; a nuestra imagen como país, mucho”, agregó.

El concurso cuyo resultado hoy estremece de orgullo hasta la médula bicentenaria, fue como todos sabemos un invento de la fábrica de trajes de baño “Catalina”, al cual después se sumaron fabricantes de cosméticos y empresas de TV. Por eso las niñas desfilaban en “maillot”. Verlas a ellas era una forma de vender bañadores.

El certamen comenzó en California (Long Beach, 1952) en la década de los cincuenta como un concurso exclusivamente estadunidense y gracias a la divulgación lograda años después por la TV satelital se hizo enorme y de interés (o de presencia mercantil, al menos) en todo el mundo. 

Todos lo sabemos: la TV no divulga asuntos de interés; crea y decide con criterio mercantil cuáles son las cosas interesantes. 

Las firmas “Miss Universe”, “Miss EU” y “Miss Teen” son marcas registradas en las cuales combinan sus habilidades Donald J. Trump y NBC Universal. La empresa mexicana correspondiente se llama “Nuestra Belleza México” y su promotora es la ganadora del certamen internacional en 1991, Lupita Jones. 

Para evitarse las críticas (injustas, envidiosas y banales, es obvio) en torno de la “cosificación” de las mujeres y la banalización de la femineidad como un desfile de potrancas en la subasta de un hipódromo, los organizadores se han puesto una careta filantrópica mediante la cual promueven campañas internacionales en contra del cáncer mamario y/o de ovarios y de prevención del VIH/sida.

A final de cuentas se podría decir: México no ganó nada. Triunfó una muchacha nacida en México, en un programa internacional de TV comercial donde la belleza y la nacionalidad son una combinación engaña bobos.